El sur occidente de Colombia sigue inexplicablemente paralizado, situación que está próxima a completar un mes. El Ejército, la Policía, el Gobierno y el Presidente, se han convertido en atentos observadores de uno de los chantajes más espantosos que el País recuerde, sin hacer absolutamente nada para evitarlo.
En efecto, menos de 300.000 indígenas del Departamento del Cauca han puesto de rodillas a las instituciones colombianas y exigen rabiosamente un sartal de sandeces que ningún estado legítimo puede aceptar.
Entre ellas, que nunca más se fumiguen los cultivos de coca con glifosato; que los helicópteros y aviones de las FFAA no puedan sobrevolar los cabildos indígenas; que el gobierno aumente en poco más de tres billones de pesos al año (mil millones de dólares) los subsidios que se les conceden a las comunidades indígenas, de tal forma que puedan seguir viviendo sin trabajar; que se expropien 49.000 hectáreas productivas, que son propiedad privada, y se las entreguen a los cabildos indígenas; que se prohíba la extracción de petróleo por fracking en Colombia; que se restrinja la minería en gran escala; que se garantice la impunidad para los indígenas que cometieron delitos durante las protestas; y por último, para demostrar el delirio de sus pretensiones, que no se reconozca al Sr. Juan Guaidó como presidente de Venezuela.
El análisis más elemental de los hechos demuestra que los indios no están solos, ni es a ellos a quienes se les ha ocurrido semejante disparate. Fuerzas siniestras con gran poder de destrucción están por detrás de la protesta, dirigiendo, ordenando y estableciendo el rumbo de la misma, con evidentes intereses subversivos para destruir la unidad nacional y conducir el País hacia el caos, hacia la anarquía, y hacia la toma del poder por parte de la izquierda marxista, ávida de seguir los pasos del chavismo y del castrismo.
El País los ha visto con toda claridad, pues ni siquiera han tenido la precaución de disimularlo. En las mesas de negociación, junto a los representantes del Estado, se han sentado los “honorables” congresistas de las FARC, para estimular y dirigir la protesta. Allá llegó también el incendiario senador Gustavo Petro, con su horripilante séquito de odio de la autodenominada Colombia Humana. Como él mismo lo dijo el día que perdió las elecciones presidenciales, pretende incendiar el País, derrocar al presidente legítimo y tomarse el poder por la fuerza, para imponer una dictadura igual a la de Maduro, a la de Castro y a la de Ortega, sus íntimos amigos y fieles secuaces, e imponer así la revolución bolivariana en Colombia.
En este intento de destruir a Colombia hay otras sabandijas además de las ya mencionadas. También están las FARC, supuestamente pacificadas, con su armamento reluciente, que según Santos ya fue entregado a la ONU. Y también está el ELN, que no quiere saber de negociaciones, pero sí de claudicaciones del Estado, que aquí se consiguen con extrema facilidad. Y también están los numerosos carteles de la droga que abundan en toda América, pues es exactamente en esta región de cabildos indígenas donde se cultiva la coca. Y también están presentes los dueños de las rutas que sacan la droga que viene de otras regiones del centro y del oriente de Colombia, rumbo al Océano Pacífico, que es por donde llega a su destino final, que son los EEUU.
Y como si esto ya no fuera un panorama aterrador, ahora prometen que muchas otras comunidades indígenas de otras regiones, y también las llamadas negritudes, y otras minorías raciales manipuladas por la subversión, se quieren unir al paro con el fin de extenderlo a toda Colombia. Es un hecho que ya comenzó la movilización en varios departamentos con esta finalidad. Lo que ellos llaman “protesta pacífica” ya comienza a asesinar policías, soldados y opositores; a dinamitar los puentes y las carreteras; a aterrorizar a casi 50 millones de colombianos, que vemos con estupor este desenlace inesperado del “proceso de paz”, que se impuso por el engaño y la manipulación mediática del gobierno del ex presidente Santos, al concederle espacios de impunidad a las protestas ilegítimas de las minorías.
Semejante situación caótica paraliza a cinco departamentos colombianos, en los cuales ya faltan los alimentos, los insumos médicos más urgentes, los combustibles, y muchos otros productos de primera necesidad. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe…
Hay muchas preguntas obvias en medio de la emergencia, que no tienen respuesta. ¿Dónde está el Presidente? ¿Y los ministros? ¿Y la Policía? ¿Y el Ejército? Pues no vemos que las autoridades legítimas estén atendiendo el clamor de millones de afectados, a quienes se les impide ir a sus propiedades, sacar sus productos agropecuarios para alimentar a Colombia, ejercer su derecho al trabajo, a la movilización, al comercio, a la industria, a la educación, a la salud y a la vida. Todo esto ha desaparecido del horizonte de los derechos ciudadanos, para imponer la dictadura de las minorías subversivas.
Si hay algún ejemplo actual de violación de derechos humanos, es éste que estamos presenciando. Sin embargo, los que hablan tanto de defenderlos, ahora callan. Para esta gente perversa, los derechos humanos no son más que un instrumento de guerra a favor de la revolución marxista. Aunque ven morir la gente de hambre en los paraísos comunistas, ellos solo quieren destruir la economía de libre mercado que sí produce riqueza, y que además, hace posible la generosa ayuda humanitaria que salva la vida de los países comunistas.
Pero no solo callan los comunistas hipócritas. También están silenciosos y acobardados muchos líderes religiosos y empresariales. Los Obispos, los dirigentes de los gremios, los dirigentes políticos, poco o nada dicen al respecto. Y gracias a ese silencio, las llamas se extienden y el peligro aumenta.
¡Colombia! ¡Despierta! ¡Esta es la paz mentirosa que nos han prometido! Votamos contra esto en el plebiscito, elegimos al presidente Duque para salvarnos de esta tragedia y a pesar de ello, aunque no lo queremos, nos arrastran contra nuestra voluntad hacia el cadalso del socialismo. ¡Es hacia allá que nos están llevando!
Eugenio Trujillo Villegas / Director Sociedad Colombiana Tradición y Acción / 2.04.2019
FONTE: TRADICIÓN y ACCIÓN – Sociedad Colombiana Tradición y Acción – https://www.tradicionyaccion-colombia.org/la-extorsion-indigena/
O sudoeste da Colômbia continua inexplicavelmente paralisado, situação que persiste há quase um mês. O exército, a polícia, o governo e o presidente da república tornaram-se meros observadores de uma das mais espantosas chantagens ocorridas no país, sem nada fazer para evitá-la. Com efeito, menos de 300 mil indígenas do Departamento de Cauca colocaram as instituições colombianas de joelhos e exigem furibundamente uma série de disparates que nenhum Estado legítimo pode aceitar.
Entre os absurdos, pedem que nunca mais se fumigue plantações de coca com glifosato; que helicópteros e aviões das Forças Armadas fiquem proibidos de sobrevoar áreas indígenas; que o governo aumente mais três trilhões de pesos/ano — cerca de um bilhão de dólares — os subsídios concedidos às comunidades indígenas, para que possam continuar a viver sem trabalhar; que 49.000 hectares de terras produtivas, pertencentes a particulares, sejam desapropriados e entregues aos concelhos indígenas; que seja proibida a extração de petróleo por fracking no país; que se restrinja a mineração em larga escala; que a impunidade seja garantida aos indígenas que cometeram crimes durante os protestos; e, finalmente, como demonstração do delírio de suas pretensões, que o senhor Juan Guaidó não seja reconhecido como presidente da Venezuela…
A análise mais elementar dos fatos mostra que os índios não estão sozinhos, e nem foram eles os autores dessas exigências absurdas. Forças sinistras com grande poder destrutivo encontram-se por trás deste protesto, dirigindo, ordenando e estabelecendo o seu curso, com óbvios interesses subversivos, a fim de liquidar com a unidade nacional e levar o país ao caos, à anarquia, à tomada do poder pela esquerda marxista, ansiosa por trilhar os passos do chavismo e do castrismo.
O país assistiu tudo isso às claras, pois seus fautores sequer tiveram a precaução de se disfarçar. Nas mesas de negociação, junto aos representantes do Estado, estavam os “honoráveis” deputados das FARC para estimular e dirigir o protesto. Compareceu também aí para negociar o incendiário senador Gustavo Petro, com a sua apavorante comitiva de ódio da autoproclamada Colômbia Humana.
Como ele mesmo disse, no dia em que perdeu a eleição presidencial, sua intenção é de queimar o país, derrubar o presidente legítimo e tomar o poder pela força e implantar uma ditadura como a de Maduro, Castro e Ortega, seus amigos íntimos e fiéis seguidores, e assim impor a revolução bolivariana na Colômbia.
Nesta tentativa de destruir o país existem outros vermes além dos já mencionados. Há as FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), supostamente pacificadas, com as suas armas reluzentes, que segundo Santos teriam sido entregues à ONU… E há também o ELN (Ejército de Liberación Nacional), que não quer saber de negociações, mas sim das mancadas do Estado, alcançadas aqui com extrema facilidade. E existem também os numerosos cartéis de drogas que abundam nas Américas, porque é exatamente nessa região de concelhos indígenas onde a coca é cultivada. Igualmente estão presentes os proprietários das rotas de droga produzida em outras regiões que depois é levada para o Oceano Pacífico, de onde é remetida ao seu destino final: os EUA.
E como se isso não fosse um quadro assustador, agora prometem que muitas outras comunidades indígenas em diferentes regiões, e também as chamadas negritudes e outras minorias raciais manipuladas pela subversão, querem aderir à greve a fim de estendê-la ao país inteiro.
É fato que para este objetivo a mobilização já começou em vários departamentos. O que é chamado de “protesto pacífico” já começou a matar policiais, soldados e opositores; dinamitar pontes e estradas; aterrorizar cerca de 50 milhões de colombianos, que espantados assistem a aplicação do “processo de paz”, imposto por meio do engano e manipulação do ex-presidente Santos, ao conceder aos guerrilheiros espaços de impunidade para os protestos ilegais como o atual.
Tal situação paralisa cinco departamentos colombianos nos quais já há falta de comida, de suprimentos médicos urgentes, de combustíveis e muitas outras necessidades básicas. Até quando? Ninguém sabe… Há muitas questões óbvias em meio à emergência que estão sem resposta. Onde está o presidente? E os ministros? E a polícia? E o exército?
Não vemos as autoridades legítimas atenderem o clamor dos milhões de afetados, pois impedidos de ir a suas propriedades, levar seus produtos agrícolas para alimentar a população colombiana, exercer o seu direito ao trabalho, à mobilização, ao comércio, à indústria, educação, saúde e vida. Tudo isso desapareceu do horizonte dos direitos dos cidadãos para que seja imposta a ditadura das minorias subversivas.
Se existe algum exemplo atual de violação dos direitos humanos é este que estamos testemunhando. No entanto, aqueles que pregam tanto a defesa desses direitos, agora ficam em silêncio. Para essas pessoas perversas, os direitos humanos nada mais são do que um instrumento de guerra em favor da revolução marxista.
Enquanto as pessoas estão morrendo de fome nos paraísos comunistas, eles só querem destruir a economia de livre mercado que produz riqueza, e também torna possível a generosa ajuda que salva muitas vidas mesmo nos países comunistas.
Mas não apenas os comunistas hipócritas se calam. Muitos líderes religiosos e empresariais também estão calados e intimidados. Os bispos, os líderes dos sindicatos, os políticos, pouco ou nada dizem sobre isso. E devido a esse silêncio, as chamas se espalham e o perigo apenas aumenta.
Colômbia! Acorde! Esta é a paz mentirosa que nos prometeram! Votamos contra isto no referendo, elegemos Duque presidente para nos salvar dessa tragédia e, apesar de tudo isso, contra a nossa vontade, arrastam-nos para o cadafalso do socialismo. É para lá que eles estão nos levando!
(*) O autor é diretor da Sociedad Colombiana de Tradición y Acción. Matéria traduzida do original castelhano por Paulo Henrique Chaves.
FONTE: IPCO – https://ipco.org.br/extorsao-indigena/#.XL3C0BvsbL9
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