Un grupo de estudiantes de la Universidad Cayetano Heredia da clases de quechua, aimara y shipibo-konibo, de forma vivencial, a jóvenes profesionales de la salud que están a punto de hacer el Serum.

Mujer de etnia matsigenka realizando una curación con plantas medicinales en la comunidad nativa de Sepahua (Ucayali). Foto: Beatriz García Blasco

Mujer de etnia matsigenka realizando una curación con plantas medicinales en la comunidad nativa de Sepahua (Ucayali). Foto: Beatriz García Blasco

En esta aula no está prohibido comer durante la hora de clase. Brígida Huahualuque, la profesora de aimara, invita a sus alumnos a formar un círculo y sentarse alrededor de una manta que rebosa de papas recién cocidas.

Cada quien cogerá su ración y la sumergirá en una pasta pardusca que parece tierra diluida en agua. Y sí lo que es. El ch’aqu o chaco (en castellano), explica Brígida, es un tipo de arcilla medicinal muy usada por la población del Altiplano de Perú y Bolivia para aplacar los dolores estomacales y hasta tratar la gastritis.

Sacada de las profundidades de las zonas aledañas al lago Titicaca, entre los meses de mayo a diciembre, sus propiedades medicinales han sido muy estudiadas y validadas por médicos y científicos. Una pizca de sal es suficiente para comerla sin problemas como si de mantequilla se tratase.

Y los alumnos de Brígida la consumen mientras intercambian, aún con dificultad, algunas frases en aimara.

“¿Cómo se aprende mejor una lengua si no es viviendo momentos de la vida cotidiana de la gente que la habla?”, interviene Briseyda Aruhuanca, la otra profesora, “para hablar aimara, mis papás no me dijeron: a ver, siéntate, te vamos a enseñar lenguas originarias”.

Esta estudiante de educación intercultural bilingüe y natural del centro poblado de Camacani, Puno, capitanea un grupo de veinte voluntarios de la Universidad Cayetano Heredia, provenientes de poblaciones indígenas, que desde setiembre pasado dan clases gratuitas de las lenguas quechua, aimara y shipibo-konibo.

Como se vio en la experiencia con el ch’aqu, no son clases tradicionales: están enfocadas en el aprendizaje de las lenguas originarias a través de la vivencia.

Aquí, el profesor no hace memorizar y repetir palabras a los alumnos. “No se trata de aprender solo la gramática y la traducción de las palabras al castellano”, agrega Brígida.

Los alumnos aprenden a hablar las lenguas participando de rituales ancestrales y preparando recetas médicas de las comunidades que las hablan.

No hay nada más didáctico para aprender sobre la cosmovisión aimara que participar, por ejemplo, de un k’intu u ofrenda a la tierra oficiada por un verdadero sabio o yatiri; o no hay mejor método para comprender los valores de hermandad de los shipibo-konibos que preparando y tomando masato -esa bebida de yuca que se fermenta con la saliva- con los compañeros de clase.

Matando prejuicios

En un primer momento, estos talleres estuvieron dirigidos solo a los estudiantes de la Universidad Cayetano Heredia, sobre todo a los de medicina, que al terminar la carrera tienen que realizar el Servicio Rural y Urbano Marginal en Salud (Serum) en las zonas más alejadas del país.

“Muchos de ellos llegan a las comunidades sin saber su lengua. No comprenden su forma de tratar sus enfermedades, tampoco sus saberes tradicionales y quieren imponer su cultura”, enfatiza Briseyda .

Y esta ignorancia puede propiciar discriminación y lejanía con sus posibles pacientes.

Para afinar estos baches en su formación no solo estos profesionales están asistiendo a las clases.

Julio César Pérez, egresado de psicología, que pronto tendrá que cumplir con el Serum, aprecia los nuevos conocimientos que ha adquirido: “He aprendido cómo los aimaras tratan sus enfermedades hasta con piel de serpiente, o cómo curan el susto llamando al alma de la persona diciendo jawut, jawut. No podría ir a tratar a alguien con depresión desde el punto de vista occidental”.

En la clase de shipibo-konibo, los estudiantes, además de aprender que esa lengua solo tiene cuatro vocales, profundizan en el uso medicinal de las plantas como el piri piri durante el parto, por ejemplo, o en entender por qué la puérpera (la madre que acaba de dar a luz) debe quedarse un mes en casa para proteger al bebé de los malos espíritus.

Además de revalorizar a las lenguas nativas -que son 47 en el Perú-, estas clases empoderan a los voluntarios, todos ellos descendientes indígenas y beneficiarios del programa estatal Beca 18.

Isaí Sanancino, de la comunidad nativa Puerto Nuevo de Ucayali, dice: “Dar el taller nos fortalece porque damos a conocer nuestra cultura con orgullo y no dejamos que nuestras lenguas mueran”.


Fuente: La República    

Por: Juana Gallegos – La República

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