Los eventos extremos del clima, que han golpeado con furia a diferentes países en las últimas semanas, sin duda invitan a pensar en el desequilibrio climático en el que se encuentra el planeta.

En este contexto adverso, Colombia –uno de los países más biodiversos del mundo– tiene una alta responsabilidad en la conservación de la naturaleza y especialmente de la Amazonia, esa asombrosa e invaluable región que compartimos con otros siete países, en la que habita cerca del 10 por ciento de la biodiversidad del mundo y que actúa como el gran regulador del clima para el continente.

La semana pasada, el presidente Juan Manuel Santos –quien fue premiado por la National Geographic “por su servicio a la humanidad en la promoción de un mundo más equilibrado y más pacífico”–, en su intervención en la quinta Conferencia Internacional de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia, volvió a darle eco a un proyecto que por años comunidades, científicos y líderes ambientales han venido trabajando: el corredor Triple A, que busca conectar de punta a punta el continente a través de un corredor biológico que una el Atlántico con los Andes y la Amazonia, y que aspira a proteger 200 millones de hectáreas.

El mayor reto, en relación con la conservación del bioma amazónico, es precisamente tejer una política de conservación coherente que integre a los ocho países amazónicos. Más allá de las fronteras políticas, la conectividad entre la selva, los humedales y los ríos representa la garantía de servicios ecosistémicos tan importantes como la provisión de agua no solo para las comunidades que allí habitan, sino para los ciudadanos de otras provincias que, sin saberlo, se benefician a diario de la regulación climática de la Amazonia.

Hay puntos positivos y esperanzadores. Así como se está impulsando el citado corredor –bajo el liderazgo de la Fundación Gaia Amazonas–, otras medidas de manejo que viene adelantando la Convención Ramsar con la protección de humedales para la región son prueba de que los esfuerzos para la conservación deben ser conjuntos y de escala regional.

Sin embargo, el gran desafío está en la implementación país a país. Las últimas noticias sobre la decisión del gobierno brasileño de permitir la explotación minera en un área de reserva en los estados de Pará y Amapá, que, aunque fue frenada por la justicia, evidencia las amenazas de intervención que se ciernen sobre el pulmón del mundo. La minería ilegal en Perú y la deforestación rampante en Colombia también preocupan. Sin olvidar que no solo la naturaleza está amenazada, sino sus propios defensores, que pisan enormes intereses. Un informe de este diario, el pasado sábado, indica que, según la organización Global Witness, 200 líderes medioambientales fueron asesinados en el mundo el año pasado. Colombia figura segundo, después de Brasil, con 37 líderes sacrificados.

Lejos de pensar en la Amazonia como una tierra baldía, presta para la explotación minera, la ganadería o la agroindustria, proyectar corredores biológicos en ella, como el triple A, debe ser el paradigma de esta región. La tarea es clara: llevar del discurso a la realidad propuestas como estas, para lo cual se necesita la voluntad política y económica de los gobiernos de la zona.

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