Un largo y ancho rastro de barro contaminado y estéril marca el paso de la corrupción y de la minería ilegal por lo que antes era selva amazónica en Madre de Dios, en el sureste peruano.

A lo largo de decenas de kilómetros entre la nueva carretera Interoceánica que une Brasil y Perú, y el río Manuani, un afluente del Malinowsky que marca el límite de la Reserva Nacional Tambopata, el paisaje es lo más parecido a la desolación que hubiera causado un intenso bombardeo de napalm.

La huella tiene unos cinco kilómetros de anchura y en ella no queda vida: ha desaparecido totalmente la fina capa de suelo fértil que alimenta la Amazonía, declarada Maravilla de la Naturaleza el 2010 por la Unesco y el ecosistema con mayor biodiversidad de la Tierra.

Pero tampoco quedan ya las dragas, bombas de succión, tractores, palas mecánicas, botellas de mercurio y de cianuro; ni están las carpas de plástico que alojaban camastros, bares y prostíbulos, porque los buscadores de oro ilegales ya han movido su campamento un par de kilómetros a lo largo del corredor.

Comuneros del río Manuani, que intentan contener el avance de la minería ilegal en sus tierras terrenos y en la reserva, mostraron a un par de periodistas, entre ellos al enviado especial de Efe, dónde estuvo hace semanas el campamento minero, una zona que llaman La Pampa, pero al lugar donde se han instalado ahora, advirtieron, los extraños pueden ir pero no volver.

Los ánimos están especialmente caldeados entre los mineros ilegales después de los tres muertos que sufrieron en un enfrentamiento con la policía en Madre de Dios, hace una semana, cuando protestaban por las nuevas leyes que intentan poner algo de orden en la minería fluvial.

Durante las protestas, según dijeron testigos a Efe, dirigentes mineros “empadronaban” a los manifestantes para darles luego 70 soles (unos 27 dólares), sueldo que aumentaron a 100 soles según iba en aumento el número de policías.

Cada dos o tres meses los mineros ilegales no solo mueven su campamento con su maquinaria pesada y sus tiendas, sino que arrastran su séquito de mujeres y niñas menores de edad que ejercen la prostitución o son forzadas bajo cuatro palos clavados en el barro y cubiertos por una lona de plástico.

En lo que cuelga de lo que fue uno de esos burdeles de cuatro metros cuadrados todavía se puede leer el nombre comercial del local: La Chapita.

Los comuneros del Manuani, agricultores, recolectores y muchos de ellos mineros artesanales con reducido impacto medioambiental -aunque también utilizan mercurio-, denunciaron a las bandas de mineros ilegales que con su maquinaria pesada invadieron la zona hace cinco años, coincidiendo con la apertura de la carretera.

De nada sirvió las denuncias, según reconocen, y poco después tuvieron que enviar a sus mujeres y a sus hijas a Puerto Maldonado, la capital de Madre de Dios, porque los mineros ilegales están bien armados y en los campamentos se consume mucho alcohol.

Aunque el gobierno central, en Lima, ha dicho recientemente que luchará contra la minería ilegal, para los habitantes de la región que hablaron con Efe bajo la condición de anonimato la corrupción en la región es imparable.

Según su relato, la corrupción comienza con la concesión de permisos forestales a un grupo maderero en la “zona de amortiguamiento” de la reserva natural de Tambopata.

Estos madereros limpian de árboles la zona y la alquilan a los mineros, aunque, ante una eventual e improbable acusación, afirman que su territorio ha sido invadido por los buscadores de oro.

Después viene el alquiler – en oro – de maquinaria pesada y potentes bombas de succión a los mineros por parte de empresarios, negociantes y autoridades, incluso uniformadas, que las trasladan desde regiones del Perú donde no están controladas.

“Por la carretera la policía pide los permisos a las camionetas que trasladan familias, pero los camiones con la maquinaria pesada a la vista circulan sin problemas”, criticó uno de los comuneros.

Con maquinaria para procesar las toneladas de arena necesarias para obtener unos pocos gramos de oro, ya solo faltan nuevas armas y más mujeres y niñas “importadas” desde otras regiones más pobladas de Perú para que el campamento quede de nuevo instalado.

Desde él, y con la complicidad de madereros y fiscalizadores, la franja de desolación y barro avanzará un par de kilómetros más, la selva recibirá una herida bien visible desde el aire y el mercurio y el cianuro contaminarán más aguas del río Manuani, la cuenca de la reserva y la del Amazonas.

Pero el problema es aún mayor. La Pampa es solo uno de los centenares de lugares donde la minería ilegal arrasa los ríos de Madre de Dios: según cifras oficiales al menos hay 50.000 mineros en la región, y 18 toneladas de oro mensuales dan para mucho, en perjuicio de la amazonía peruana. 

Raúl Alonso – Tambopata (Madre de Dios, Perú) 25 mar (EFE).

FONTE: http://www.elpais.cr/